Sobre Aproximación al vacío Siempre me interesaron esos artistas que -siendo conscientes o no- han logrado retirar varias capas de la realidad. Esos que se detienen ante la última máscara sin quitarla - ¿será posible hacerlo? - permitiéndonos intuir ese caos, bordear ese gran agujero, ese “irrepresentable” con un trazo que registra, apenas, esa ausencia constitutiva que “la realidad” tapa con sus representaciones. El arte, entonces, protege y señala, dice que hay algo que no puede decirse, algo que no puede mirarse; el horror de la cabellera de sierpes de la Medusa que, como bien percibió Warburg, intuimos también en el cabello ondulante de la Venus de Botticelli, belleza exquisita, nacida de una castración. En mayor o menor medida, las obras de los cinco artistas que conforman esta muestra se aproximan a esa intuición de lo amorfo, de lo indecible; y a la melancolía, afección barroca si las hay. En la obra escultórica de Rocío Coppola y Luciano Garbati el barroco irrumpe como una proliferación metastásica que invade el espacio arquitectónico o rompe y amenaza con devorar la forma clásica. ¿Existe, como creen algunos, la alternancia entre Clásico y Barroco, o el Barroco -ese desorden- late siempre por debajo, buscando los intersticios para asomar, para fracturar esa forma clásica que se pretende estable y armoniosa? Lisa Giménez y Daniel Duhau aportan desde sus imágenes una mirada melancólica que recuerda que, -al decir de Barthes- la fotografía es siempre un “esto ha sido”, es decir, que está inexorablemente relacionada con la muerte. No está de más recordar, en el caso de los trabajos de Lisa Giménez, que el origen remoto del retrato fue la máscara mortuoria. La soledad y la melancolía se filtran en las fotografías de Daniel Duhau, ya se trate de personas en espacios que los exceden o los oprimen, o de desolados paisajes urbanos. En la obra de Analía Zalazar el paso del tiempo, la memoria y la fragilidad se anudan en una operación cada vez más efímera y sutil. El acto de envolver y retirar el papel que ha registrado levemente la forma de los objetos es análogo al mecanismo de la memoria que, lentamente, va perdiendo y diluyendo las huellas de lo que fue. Creo que no nos equivocaremos si afirmamos que esta muestra funciona como una gran vanitas, triunfo final de una sensibilidad barroca. Marcelo Pelissier
Marcelo Pelissier, 2019
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Cuando Nietzsche dice que tenemos el arte para no morir a causa de la verdad podemos preguntarnos de cuál verdad habla el filósofo alemán, que afirma también que “no hay verdad, sólo interpretaciones”. Podemos suponer que se refiere en este caso a ese fondo dionisíaco, a ese caos primordial que se manifiesta una vez que todas las máscaras de la realidad han caído. Y esa verdad, como el rostro de la Gorgona, no puede ser mirada de frente sin experimentar el horror, sin tentar a la muerte.
Buenos Aires, Julio de 2019
Sobre Rol Todo lo profundo ama el disfraz I El arte es uno de los modos de hacer explotar ese trayecto, esa línea progresiva, esa herencia. II Vemos fotografías que son performances. Las artistas de esta muestra, en los bordes de la fotografía, abren pequeñas fugas. Laura Ortego que también registra de un modo despojado, con un leve guiño hacia la fotografía de moda por un lado y al juego infantil de disfrazar(se) por otro, logra con una pequeña intervención, una desprogramación de la mirada. Los retratos pasan a ser teatrales, casi cinematográficos. Podemos ver ahí: un arlequín, un actor de una película expresionista con ropa de gimnasio, un extraño monje asexuado, un niño-grande con un collar sagrado, un ser medio mujer con algo de barba y pelos en las piernas, como si fueran rituales mínimos y andróginos. III Quien hace retratos fotográficos dispone su objetivo (cree que tiene un objetivo). El retratado se presta a dar lo que le piden, dona su cuerpo para desconocerse y desnuda así al fotógrafo, le dispara con sus ojos. Nadie está parado en su sitio. La imagen atraviesa los cuerpos. El arte es hermafrodita, usa los géneros a su beneficio, los tiempos, los lenguajes, usa a los artistas. Nos enseña a salir de las actuaciones previstas hacia nuevos riesgos, a probar nuevas máscaras. Y así, ampliando los disfraces construimos nuevos órdenes de palabras y pensamiento, nuevos horizontes y disponemos los rostros hacia la fiesta del devenir. Lucas Marín, Septiembre de 2018
Lucas Marín, 2018
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Gustavo Cerati
En la estructura social, cada uno interpreta su papel. Obedientes al propio amo que insiste en mantener el dibujo de una matriz identitaria, repetimos las redundantes frases, hacemos las muecas reconocibles, y los otros nos dan el reflejo consolador de nuestro rostro, el eco de nuestra voz. Llevamos a destino el legado de ser alguien. Y así entrar en el curso de la historia, en las fotos familiares, en el tiempo hueco. Ahí nos reconocemos, y los otros saben dónde encontrarnos.
Vemos aquí videos que son sesiones fotográficas.
Una foto familiar se vuelve un dispositivo para enunciar cada una de las vidas individuales, de su estancia en el tiempo y en el mundo. La ropa es envoltorio, como los roles y las poses que guardan latidos desconocidos para sí y para los otros.
Las miradas desafiantes replican la intensión de la artista que jugó con los modelos. Retratos donde se difumina el género para expandirse hacia lo escénico en ritos híbridos y de- contextualizados, con cuerpos que desdibujan sus edades y saben ser actores.
Lisa Giménez con su propuesta produce una conmoción extraña, sus modelos deben permanecer un rato (20 minutos), casi quietos a la espera del registro, y es ahí, tal vez por la percepción de un tiempo neutro, que la mirada de los retratados nos hace descubrir (junto con ellos) los velos de lo que los rodea; se desnuda el carácter escenográfico del contexto, sus atuendos pasan a ser disfraces y los parecidos familiares otro juego de máscaras. La neutralidad, buscada también en lo sobrio de los registros, delata paradójicamente una inquietud, las miradas se vuelven activas, los retratados parecen preguntarse: -¿Estoy aquí bajos estas ropas? -¿Yo soy esto que se ve?
La fotografía le roba a la pintura, negocia con la moda la repetición de los gestos, convierte en objetos de estudio a las personas dispuestas en espacios reducidos, separa en celdas las tipologías y calca las composiciones ya fijadas. Ella también ha perdido su papel.
Sobre Inconsciente óptico Por primera vez, Lisa Giménez se involucra con el retrato. Mediante el título de esta nueva serie, Inconsciente óptico, la artista declara su fuente de referencia: Pequeña historia de la fotografía, escrito en 1931 por Walter Benjamin. Lic. Valeria González
Valeria González, 2014
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El párrafo disparador nos habla de un mundo perdido. Aquel de las primeras placas, donde era necesaria una larga exposición, donde el retrato requería de un tiempo. “El procedimiento mismo inducía a los modelos a vivir dentro del instante durante la larga duración de estas tomas (…) crecían, por así decirlo, dentro de la imagen”. ¿Cómo recuperar la profundidad, la solemnidad incluso de ese estar en la pose, sostener el aliento y los ojos abiertos, esperando el disparo, en este presente atravesado por la velocidad y la comunicación instantánea?
Luego de varios ensayos, Giménez dio con los límites de un dispositivo posible: “una sesión de veinte minutos, un disparo de ½ segundo, y el cuerpo que espera en penumbras, con pupilas dilatadas, el sonido indicador”. Y logró una serie de retratos que no se parece a ninguna otra porque captura, no un instante, sino la experiencia habitada de una relación.
A diferencia de los retratos del siglo XIX, donde las tipologías compositivas respondían a una clasificación a priori de los roles al interior de la familia burguesa, Lisa Giménez propone una pose que resume la singularidad de un vínculo. Y nada más: coloca a sus modelos en un escenario neutro.
Todo el resto (la verdadera literatura, dijo Verlaine, es eso que acontece más allá de las reglas) es lo que Benjamin llamó inconsciente óptico. A diferencia de los retratos pintados, que comienzan y terminan en la voluntad de un autor, la fotografía nos enfrenta a “algo nuevo y singular”. “La técnica más exacta puede conferir a sus productos un valor mágico que una imagen pintada ya nunca tendrá para nosotros. A pesar de toda la habilidad del fotógrafo y por muy calculada que este la actitud de su modelo el espectador se siente irresistiblemente forzado a buscar en tal fotografía la chispita minúscula de azar, de aquí y ahora, con la que la realidad ha chamuscado por así decir su carácter de imagen.”
Sentimos la presencia singular de cada cuerpo, la intensidad misteriosa de cada mirada. Al interior de un orden prefijado por la conciencia, se revela un acontecimiento cuya verdad –como el inconsciente de las pulsiones- resulta enigmática y nos reclama una escucha atenta, una interpretación.
Buenos Aires, Abril de 2014
Sobre Tamaño Real "Oscilo sobre mi eje como un edificio que se mueve para no romperse" "Tamaño real": conservar la escala de las cosas es importante para Lisa Giménez porque, si la motiva la experiencia propia, es allí donde ésta puede resultar familiar para otros. Le interesa menos la relación de visión que se puede entablar con una imagen, que su capacidad para evocar sensaciones. La obra de Lisa Giménez involucra al cuerpo en el espacio y en el tiempo, un pasaje entre la percepción de algo presente e inmediato, y el eco fantasmático que se abre en la memoria, como en un déjà vu. La fotografía, que ha sido comparada a las huellas y las sombras, por su coexistencia de presencia y ausencia, funciona como el recuerdo, impresión virtual de un acontecimiento en el instante exacto en que es percibido. La ambigüedad de lo que está y no está ya había atravesado los inventarios biográficos de la artista: ahora, aparece como plasmación del propio cuerpo capturado en movimiento. Fragmentación, transparencias, esfumados, aluden a la imposibilidad de fijar una experiencia que roza lo performático. Instaladas en la sala, las imágenes recrean (recuerdan) ese dinamismo proponiendo al espectador un recorrido, un ritmo. En la antesala, dos secuencias incorporan o señalan el espacio más allá de la plasmación fotográfica: una serie de plantas translúcidas instaladas en las ventanas que dan al patio; unas persianas entreabiertas que sugieren en el muro un exterior ilusorio. Si en las primeras la imagen se vuelve acontecimiento al fusionarse con la realidad, en las segundas nada sucede salvo la sugestión de un escenario potencial más allá de la imagen. En una competencia mítica, el virtuosismo de Zeuxis engañó a un ave que fue a comer de sus uvas pintadas, pero fue engañado cuando quiso descorrer la cortina pintada por Parrasio. Lisa Giménez propone que en la fotografía conviven la atracción del ave y la inquietud del pintor, toda vez que en una imagen, por más familiar que nos resulte, percibimos un velo donde se vislumbra aquello que no se puede representar. Lic. Valeria González
Valeria González, 2012
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Buenos Aires, Noviembre de 2012
Sobre Tamaño Real Si la "ausencia" venía siendo un tema recorrido por su obra, con la instalación Tamaño Real deja de "recorrer" o "tematizar" para empezar a corporizar el dolor que toda ausencia provoca. Deja de lado la falta. Ocupa un lugar. En ese lugar -que no es ocupado por ella, sino por un cuerpo en movimiento, traslúcido e intercambiable- se siente. En ese lugar hay emociones, tristezas. Lic. Mariana Rodríguez Iglesias
Mariana Rodríguez Iglesias, 2012
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Resiliencia es la habilidad para resurgir de la adversidad, para adaptarse y recuperarse; es la manera de acceder a una vida con sentido y productiva después de sucesos dolorosos. Es prima hermana de la creatividad, ese talento para crear orden, belleza y finalidad a partir del caos y el desorden. Ambas son fruto de la capacidad de reflexión que se desarrolla a partir del juego. En este sentido, Lisa Giménez necesitó poner el cuerpo en tema y hacerlo desde una perspectiva lúdica.
Giménez deja atrás una serie de obras reflexivas, conceptuales en origen y tal vez por esto mismo de una temperatura más fría para animarse al exponer la pena y nos dice: "Oscilo sobre mi eje como un edificio que se mueve para evitar romperse". Se muestra sabiamente frágil, reconoce que nada que sea muy rígido e inflexible puede sobrevivir a los cimbronazos de las emociones.
Esta instalación es un epílogo en clave visceral de sus investigaciones plásticas anteriores porque sigue explorando lugares dolorosos, pero esta vez se mete de lleno en este terreno, expresándolo con el cuerpo (el propio que se presta a ser el ajeno). Los objetos del recuerdo que alguna vez nos interpelaban solitarios, en Tamaño Real pueden ser leídos como puntos de anclaje o referencia, como citas al pié de página. Más allá de todo objeto, el cuerpo se agazapa y se abre, se muestra y se escapa, es ella y no es nadie, se hace presente pero amenaza con escaparse todo el tiempo. Porque si bien celebramos que se haya animado corporizar su búsqueda, todavía reticente, su silueta es gris y etérea.
Buenos Aires, Mayo de 2012
Sobre Mis palabras y mis cosas Suele ocurrir que las metáforas de los filósofos me sorprenden, me atraen más que las de los poetas. Hace muchos años, leyendo en Derrida, encontré una que se ha convertido en una especie de fantasma en el fondo de mi memoria. Existe un sistema mnemónico según el cual uno debe erigir un palacio en su mente e ir poniendo cada cosa a recordar en una de las habitaciones. Hay una habitación en el fondo de mi palacio habitada por ese fantasma. En “Différance”, el seminal artículo que aparece en Márgenes de la filosofía, Derrida explica ese neologismo suyo. Cuando escribe sobre esa especie de mudez de la a en différance, que suena igual que si fuera la e francesa en différence, dice: “La a de différance, por tanto, no se oye: permanece silenciosa, secreta y discreta como una tumba…” En otras palabras, igual que una tumba, esta es una presencia que señala una ausencia. No me voy a meter más en esta cuestión: para no molestar y para decir lo que quiero decir sobre el trabajo de Lisa. Los objetos en la estantería pertenecieron todos al padre de Lisa, lo sé porque me lo dijo, así que se puede decir que tengo información privilegiada (mi trabajo es compartirla con ustedes). Ella considera que esos objetos la ligan con su padre, que murió, de diversas maneras, algunas más personales, otras más relacionadas con el arte. Junto a la foto de la estantería hay otra serie de fotos de los objetos que llenan los estantes, pero esta vez individualizados. En cada una se ve la silueta del objeto, en blanco sobre blanco. Esta especie de fantasmas fotográficos fue lo que me hizo volver a aquella habitación mi memoria, habitada por fantasmas. La silueta de cada objeto no sólo apunta al objeto, sino que señala una ausencia. La de la utilidad del objeto, la de quien lo usó. Estas obras son bellas, casi abstractas, casi frías, hasta que uno se da cuenta de lo que dicen. Del trabajo de estar con alguien que ya no está. Ese trabajo puede ser triste o no, pero si uno ha vivido unos cuantos años, sabe que hay que hacerlo. Y ya no se trata de fantasmas, sino de cómo vivimos con las huellas que otros han dejado en el mundo y en nosotros mismos. La obra de Lisa Giménez es alegre, se abre a la vista, fascina en cuanto uno empieza a echarle una mirada un poco más que casual. Y fascina no por lo que muestra, muchas veces objetos de uso diario, sino por lo que tiene de anunciar que ahí se ha vivido y que se sigue viviendo con eso. La mesa de museo (una sola foto larga con diversos objetos de la vida de Lisa, todos a tamaño real, como si estuvieran realmente ahí, no estándolo) es también una presencia que apunta a una ausencia. Esta sola foto podría servir a un filósofo para producir una teoría del museo que abarcara todo lo que ya se ha escrito y además nos pusiera en la situación de aprender a vivir en el tiempo, con el paso del tiempo y todo lo que en ese sentido se interpreta como devastador: la vejez, la enfermedad, la muerte. No puedo evitar pensar que mis palabras son demasiado ligeras, puestas aquí para hablar de la obra de Lisa, una obra ligera y a la vez profunda, que flota y llega hasta el fondo simultáneamente. No me cabe duda, es de lo mejor que he visto en toda la temporada. En el fondo hay un video en el que aparece un living… Esperen, me detengo un momento en esto: la palabra de uso común en Argentina, living, viene de living room, la habitación donde se vive, o se vive más. En la casa donde yo crecí, había una sala, que era más para las visitas, y un cuarto de estar. Es la parte de la casa donde más se está. Y quizá donde más se es, se existe. Bueno, pues en el video (cámara fija), el living está lleno de cosas que poco a poco, casi sin que se note, sin aspavientos, van desapareciendo. Hasta que el cuarto queda completamente vacío. Luego la secuencia vuelve al principio. De nuevo, ese juego de presencia y ausencia, esa pregunta sobre el tiempo, ahora vertida en el espacio, sobre cómo hay que vivir, qué hay que vivir. Y todo esto sin escándalo. Sin abusar del sentimentalismo. Sin tragedia, entendida en el sentido popular. Pero sí con tragedia, en el sentido de lo inevitable, que es lo que siempre queremos negar, como si fuéramos inmortales y siempre jóvenes. Esta es una muestra callada, sutil, llena de una fuerza que corre por debajo de la superficie. Desde que la vi, Lisa Giménez es una de las artistas que me he anotado para seguir. Roger Colom http://paseantextranjero.com/
Roger Colom, 2010
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En galería Bisagra hasta el 28 de agosto (2010)
http://paseantextranjero.com/article/334/lisa-gimenez
Volví a ese lugar la segunda vez que fui a ver “Mis palabras y mis cosas”, la última muestra de Lisa Giménez en Bisagra. La exposición es aparentemente sencilla, hasta que uno se empieza a preguntar el por qué de esto o aquello. De hecho, parece no ser gran cosa: hay una foto de una estantería, en tamaño real, repleta de objetos; una foto cenital de una maleta, también en tamaño real y llena de objetos; una foto larga, puesta sobre caballetes, horizontal, en la que aparecen más objetos de la vida de Lisa Giménez, con etiquetas como de museo, en las que cuenta por qué cada cosa tiene su valor, con la fecha y el lugar que corresponde a cada una. Y hay más que iré contando en este artículo.
https://www.instagram.com/colomroger/
Sobre Un montaje para deshabitar Este mundo privado expuesto, abierto a los demás, adquiere en la propuesta de Lisa Giménez, Deshabitar (2008) un interesante contrapunto entre intimidad y tecnología. Fotografía, video, objetos, cercanía. Ese mundo configurado por el registro fotográfico, esa huella de lo que ha sido, esa ausencia que se evidencia en la presencia tiene un correlato en los lentos desvanecimientos de los objetos en un mundo que trágicamente se dirige a su disolución. "Deshabitar. tr. Dejar de vivir en un lugar o casa. 2. Dejar sin habitantes una población o territorio", señala el titulado del video hacia el final. Texto que se instala por sobre la habitación vacía para que no quede duda. Las fotos certifican ese paso: la apropiación del espacio por sus habitantes. Mientras tanto, el video es el devenir de esa objetualidad que pierde, progresivamente, esas marcas indelebles producto de su uso. Pero la instalación también habla de lo cercano . Para ingresar en ella hay que acortar las distancias, es necesario "caer" en esos objetos presentados sobre estantes; como en cualquier hogar, es necesario "caer" también en las imágenes. Imágenes diferenciadas, la fotografía y el video; estable, materializable y evocadora una; inestable, desmaterializada y siempre en devenir la otra. En cierto nivel de lectura es posible pensar en Deshabitar como en una obra contenedora del propio recorrido de la imagen técnica : fotografía, video, digitalidad, hibridación a partir del objeto y del uso de la instalación como dispositivo contenedor de la totalidad enunciativa. Repito: "Dejar sin habitantes una población o territorio". Pareciera que el deshabitar del cual nos habla Lisa Giménez no traza una frontera estricta entre el terreno de la privacidad y de lo público; parecería, entonces que esa condición de desvanecimiento y de recuerdo, de algo que una vez fue un todo, también evidencia la identidad de un cuerpo social que en la actualidad parece adquirir cada vez rasgos más fantasmáticos."
Jorge Zuzulich, 2009
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"[...] Pero también la subjetividad puede ser entendida como el discurso que se articula desde la intimidad, el cual, en ocasiones, parece ocupar un territorio critico enfrentado con los dispositivos del poder. Una micropolítica que encuentra en la defensa de la vitalidad íntima el espacio donde se aloja la resistencia.
Mg. Jorge Zuzulich
En "Intersecciones: tecnología, naturaleza, subjetividad" (ed artexarte, 2009)